
¿Sabías que dos futbolistas de Huracán y un ex quemero instauraron el profesionalismo en Argentina?
Para 1930, la vincha que a Pablo Bartolucci le servía para proteger su frente de los impactos del tiento de los pesados balones del ayer al tirarse tanto de «palomita», empezó a ser un atuendo de guerra. Una que trascendió los límites del campo de juego: fue una de las personas que más luchó para que el fútbol se hiciera profesional. Junto a su compañero Hugo Settis y el ex campeón quemero Juan Scursoni, lideraron la justa lucha por la libertad individual de los jugadores y se transformaron en los primeros en cuestionar al sistema del amateurismo que, si bien comprendía un movimiento de dinero importante y hasta retribuía económicamente a deportistas por representar a determinados clubes o asociaciones (práctica ilícita conocida como «amateurismo marrón» o «profesionalismo encubierto»), no reconocía a los futbolistas como profesionales ni como trabajadores.
Por ser la cara visible y los principales militantes de aquella búsqueda colectiva, los huracanenses mencionados fueron señalados y llamados «los anarquistas» por la prensa de la época que, cuestiones de conveniencia de por medio, le hacían caso a un gobierno que pretendía defender lo que ya resultaba insostenible. Sin embargo, a ellos no los frenó ningún mote, ni las amenazas y presiones que toleraron: el 13 de abril de 1931, un día después del término del Campeonato de 1930, un puñado de hombres del balompié, liderados por los susodichos, elevaron un petitorio que exigía ponerle fin a la «cláusula candado», una ley que favorecía a los dirigentes (quienes la habían creado) que, en definitiva, terminaban siendo una especie de comerciantes de deportistas gobernando los hilos de los destinos de los mismos al negociar con libre albedrío sus transferencias. Aquel día, en plena dictadura militar, los jugadores marcharon por las calles de la urbe buscando ser escuchados por el presidente de facto y líder golpista José Félix Uriburu, quien finalmente accedió a recibir a los representantes de los balompédicos a través de José Guerrico, el intendente de la Ciudad de Buenos Aires. Este último convenció a todos de que el reclamo de ellos estaba íntimamente relacionado con la declaración del profesionalismo, período que, cinco días después, iniciaría tras una huelga declarada por los futbolísticos.
Así fue como Bartolucci, Settis y Scursoni se abrazaron victoriosos como incipientes trabajadores legalmente reconocidos, se transformaron en la versión argentina de los Mártires de Chicago y lograron reivindicar los derechos de los futbolistas y su profesión en lo que había sido un éxito de todos, so bandera de Huracán.
Gonzalo Hernán Minici