#HistoriaQuemera ¿Sabías que Héctor Herrero marcó uno de los goles más lindos del clásico de barrio más grande del mundo?
Historia Quemera

#HistoriaQuemera ¿Sabías que Héctor Herrero marcó uno de los goles más lindos del clásico de barrio más grande del mundo?

Claro que hubo muchos y los hubo muy icónicos. No se discute. Como el bombazo de Masantonio, Señor Total de Huracán, desde una distancia de cuarenta metros que sólo cíclopes como él sabían romper con las pesadas pelotas de tiento y con tanta virulencia y precisión. O como aquel de Plácido Rodríguez, el wing izquierdo uruguayo tres veces campeón con el Globo en pecho en los años cuarenta, que resultó el más rápido de la historia del duelo. Los hubo muchos y muy icónicos. Pero lo que tampoco se discute es que uno de esos tantos y tan icónicos fue el de Herrero. Por heroísmo. Por magia. Por unicidad.

 

Héctor Manuel, apodado «Negro», mucho tuvo de blanco con vivos rojos: tuvo goles, tuvo amagues, tuvo una calidad que no se ve todos los días. Afrontó la primera pérdida categórica de La Quema hasta el retorno a la normalidad en 1990 con su figura, la de Mohamed y la de Saturno como un volcán en plena erupción en la ofensiva ranera. Entre 1985 y 1992 (con un escueto paso por Cobras de Ciudad Juárez en medio) sumó 191 partidos y 44 gritos, siendo uno de los tres «más gritones» de Parque junto al Turco García (50 tantos entre 1980-1986 y 1996-1998) y Wanchope Ábila (58 entre 2014-2016 y 2017) de las últimas tres décadas. Él nació el jueves 9 de agosto de 1962 en San Jorge, Santa Fe, y hoy es padrino de la peña huracanense «Carlos Ponti» de Rosario.

En el Torneo Clausura 1991, guapos y santos se enfrentaban con arbitraje de Francisco Lamolina en cancha de Ferro Carril Oeste, con localía del eterno clásico, que, justamente, había perdido su localía. Zandoná (San Lorenzo) había propuesto peligro primero y Morales (Huracán) respondió después, ambos con un fuerte remate. El huracanista Saturno probaba por derecha y su compañero Borghi de tiro libre cerraba el primer tiempo. Ya en el segundo, Adrián Czornomaz (S. L.), tenía su chance y la réplica era de mismo Héctor Manuel. Puentedura salvaba el arco aerostático tras un disparo de Rinaldi. El partido, hasta entonces, estaba abierto. Pero él, Héctor Manuel, lo cerró: tras un pase que lo dejó en la medialuna del área contraria con tres perseguidores (dos por izquierda y uno por derecha) más un defensor a un nada de timarle la esfera con un rechazo, el Negro, con un toque por un lado que fue a buscar en fracciones de segundo luego por otro, le timó al mismo la dignidad dejándolo rechazando el mismísimo aire; adelantó el balón con dos caricias de lo más sutiles en dos metros de lo más calientes que le valieron una «línea de cuatro» prácticamente en la espalda y el arquero por delante, por lo que amagó un remate y se abrió hacia su derecha, engañando al zaguero más cercano (que casi lo tomaba por detrás) y al cancerbero, que comenzaba a caer de rodillas, para en el próximo movimiento llevar la pelota con el taco por detrás con su diestra (con la que hasta entonces había realizado todo el rompecabezas cual saeta ajedrecista) haciendo que los últimos dos se deslicen casi ridículamente siguiendo el primer impulso sin poder frenar ante su último juego, y, por último juego, quedando con estos dos más otros dos que anteriormente lo seguían de atrás por delante, mientras caía al césped remató de zurda al ángulo haciendo que los tres defensas sigan en desliz hacia su derecha en continuación del acto de los micro-segundos anteriores mientras que el portero se desgarraba el torso intentando inútilmente rasguñar el esférico hacia su izquierda, donde la clavó, así como y con el clavo del mejor de los marcos alrededor de la foto: ese gol era para un cuadro. Todo lo hizo con la «10» pegada a la sangre y en sólo cinco segundos, nada efímeros y todo eternos. Lo que vino después fue el puro goce en las tribunas quemeras. En cuanto al juego, nada, estaba todo dicho; Herrero había soldado la última palabra.

Ella, su obra maestra nació el domingo 17 de marzo de 1991 en Caballito, en el campo de juego en el que el elenco huracanado le propinó a ese rival de plumas negras su más abultada goleada a favor en el año de la consecución de su décimo título oficial de máxima categoría (5-1 en 1944), y hoy sigue explotando en las gargantas patricias en manera desaforada.

Gonzalo Hernán Minici