#HistoriaQuemera ¿Sabías que el partido Huracán – San Lorenzo es considerado el «clásico de barrio más grande del mundo»?
Huracán y San Lorenzo se adueñan de una paradoja: son anfitriones de un duelo tan propio de una geografía determinada con marca indeleble, que el entero mundo con todas sus latitudes y extensiones lo contemplan con admiración.
Roberto Guidotti, co-autor del libro oficial del centenario de Huracán, retrató: «Es el más porteño de todos los partidos que el fútbol argentino pueda ofrecer. Porque más allá de que hay tantos Huracanes y San Lorenzos en el país, la referencia barrial es ineludible. Y también el respeto, siempre presente más allá de la despreciable violencia de barras». El periodista Eduardo Bejuk, arrojó en 2007: «(…) a este clásico no lo encontrás en paquetes turísticos. Es de una multitudinaria intimidad, bastión anti-globalización, porteño, reo, misterioso como un tango homerístico, compadrito como un cuento borgeano, mío, tuyo, nuestro, eterno…».
Nacieron vecinos. 1908 es su año clave. El Globo llegó a Primera en 1914; el Ciclón (apodo que mucho toma de Huracán) en 1915. Y ese año se vieron las caras por vez primera, en forma amistosa: el 1 de abril, Huracán, de local, impuso su condición ante una multitud de quemeros y ganó 3-1. El juego fue deseado antes: en diciembre de 1913 aparecía en los periódicos: «El San Lorenzo de Almagro desea jugar un match amistoso con cualquier club de segunda división afiliado a la A.A.F, para el domingo 21 del corriente en field del aceptante, especialmente con el Club Atlético Huracán». Pero el cotejo tuvo que esperar un año y medio.
El primer ruedo oficial ocurrió, empero, el 24 de octubre de 1915. Primer gol: de José Laguna, de Huracán. Primera victoria: de San Lorenzo. Primera cancha: la de Ferro, ya que los locales aún no habían adquirido los terrenos donde luego plantaron el Gasómetro. «Al mal tiempo, buena cara», dice un dicho. Sin embargo, al mal tiempo que se apoderaba de esa tarde, ambos rivales no ofrecieron sonrisas: el desarrollo fue, aunque emocionante, virulento y muy aguerrido. Tanto, que el Globo terminó con nueve jugadores. San Lorenzo formó con José Coll; Alberto Coll y José De Campo; Juan Monti, Federico Monti y Nicolás Romeo; Mariano Perazzo, Francisco Xarau, Alfredo Etchegaray, Cayetano Urio y Luis Gianella. Huracán, por su parte: Francisco Blanco (que después jugó en San Lorenzo); Agustín Alberti y Agustín Palacios; Juan Fontana, Mario Basadonne y Natalio Carabelli; Emeterio Acevedo, José Laguna, Donato Abbatángelo, Martín Salvarredi y Luis Caldera. Cuenta con precisión el historiador huracanense Pablo Viviani: «Los blancos eran favoritos porque llevaban cuatro juegos sin perder por el campeonato, mientras que los azulgranas venían de perder con Porteño».
De ese primer encuentro, los del corazón en Boedo llevan una gran ventaja en duelos oficiales. Los Patricios aventajan en amistosos que para estos años suelen amargar los veranos de los cuervos en Mar del Plata. Existen contradicciones: en la «Década de Oro», los gloriosos años veinte de Huracán, los raneros perdieron casi todos los encuentros contra los santos; mientras que en sus tiempos de crisis, el clásico se mantuvo altamente parejo. Las últimas cuatro décadas marcan lo reñido de cada encuentro, que se torna un campeonato aparte: a pesar de la abundante diferencia en el historial a favor de San Lorenzo, desde hace más de cuarenta años las alegrías y tristezas son repartidas en formas prácticamente iguales. Entre 1957 y 1961, San Lorenzo estableció el récord de nueve victorias sucesivas; en 1976, el Globo le devolvió un golpe histórico: le ganó los cinco clásicos de la temporada, un caso único en el fútbol argentino. Único también fue un gesto que merece todos los recuerdos: en 1972, ya con San Lorenzo consagrado, el entero Palacio Ducó aplaudió la vuelta olímpica del archirrival. Después, hubo goleada del Globito (3-0) y El Gráfico contó que «Huracán fue campeón por 90 minutos». Al año siguiente, en el Metropolitano que ganó el Globo, San Lorenzo se tomó revancha: el campeón no le pudo ganar (2-2 en la primera rueda y 1-0 en la revancha). Los clásicos de los 80 estuvieron marcados por los descensos de los dos (San Lorenzo en 1981 y Huracán en 1986). Incluso, los azulgranas estuvieron entre octubre de 1983 y mayo de 1993 sin vencer. Pero dos años más tarde pagó con creces la deuda: en el Nuevo Gasómetro, en 1995, además de salir campeón, construyó la máxima goleada de esta historia clásica (5-0). El 5-1 de 1944, fue, por su parte, la más abultada en favor de La Quema.
San Lorenzo tiene más títulos: 22 a 13 (en uno de ellos, festejó un triunfo huracanado que les dio el Campeonato). Pero Huracán se dio un lujo sin espejos: dio tres vueltas olímpicas en el Viejo Gasómetro. A ese estadio acudía el hoy Papa; a la vieja cancha de madera de Alcorta y Luna, Gardel (incluso, cantaba en sus vestuarios para deleitar a futbolistas del Globo). Tinelli es padrino de los de Boedo; Jorge Newbery fue Presidente Honorario de su elenco de Patricios. Y Homero Manzi es paradoja: hincha de Huracán, da nombre a una de las esquinas más emblemáticas de Boedo. Según documentos oficiales de la AFA desde 1917 a 2017, los cuervos están cuartos en la tabla histórica de venta de entradas. Los raneros, sextos.
Ambos elencos compartieron glorias: Luis Monti, campeón en Huracán, lo fue luego en San Lorenzo (también, subcampeón del Mundo con Argentina en 1930 y campeón con Italia en 1934). Alfredo Carricaberry, ganador cuervo, supo lucir luego aerostato en pecho. Veira, ídolo en Boedo, compartía departamento con Bonavena, era hincha del Globo y en 1970 y 1971 vistió su camiseta. Compartió equipo con Doval, otro adorado santo e hincha quemero. En 2005 sucedió un hecho curioso: una empresa de ómnibus pintó el micro del cuadro azul y rojo con un retrato de ambos festejando un gol, pero no tuvieron en cuenta un detalle fundamental: el festejo era en tiempos del Huracán de 1971. Toscano Rendo, confeso huracanense, es otro ejemplo: es ovacionado por los ambas aficiones. Romagnoli se crió en Pompeya y se formó en La Quemita, pero se hizo hincha e ídolo de San Lorenzo; antes de ser crack campeón en Bajo Flores, tenía tatuado el Globo. Los hermanos Montenegro, Daniel y Ariel, escucharon aplausos en Huracán y San Lorenzo, respectivamente. Fabián Carrizo supo ganarse respeto y aplausos de las dos hinchadas. Andrés Silvera, que surgió en Primera en Parque de los Patricios, supo hacer goles en la contra. Y los ejemplos pueden no cesar.
Los años noventa comenzaron a alimentar una gran desnutrición: la del folclore, mal entendido. La violencia extrema hoy es moneda corriente de un saldo asquerosamente negativo para el imperio del balompié. La chicana de café pasó a ser una visita al hospital. De la cargada al primo, a la familia alejada de la cancha. Suena grotesco. Y realmente lo es. Muchos son los que no entienden que, pese a las diferencias (y gracias a las diferencias), ambos clubes se deben mutuamente. Desde la vereda del Parque, Horacio Ferrer, el mágico duende poeta del tango, ofreció la pregunta certera en la Feria del Libro de 2010: «¿Por qué no vamos a querer a San Lorenzo?». Claro que es un cariño encubierto. ¿Acaso algún huracanense desearía la inexistencia del clásico? ¿Acaso hay un sanlorencista que no quiera enfrentar siempre a Huracán? Antropólogos han hablado del contrario en lo propio: un tipo de identificación se apoya en ese «otro» tan distinto y ayuda a la explicación del sí. «Somos como somos porque somos distintos a […]»; «Somos así porque no somos como […]». Y eso realmente sucede. Huracán y San Lorenzo son muy distintos. Muy contrarios. Muy opuestos. Pero esa diferencia, más que generar odio, debería celebrarse. La rivalidad en el campo de juego no debería ser enemistad por fuera del mismo. Y hay quienes lo comprenden: Néstor Vicente, entidad cultural y gran literato de Huracán le dedicó un capítulo a San Lorenzo en el libro «Del Globo y de La Quema». Un libro de San Lorenzo también incluyó una sección sobre el Globo, a pluma de Waldemar Iglesias, quemero entre quemeros. Viggo Mortensen, Aragorn en El Señor de los Anillos, ofreció bellas palabras sobre el bello Huracán de 2009, campeón sin corona. Y cada emprendimiento solidario entre la Subcomisión del Hincha de San Lorenzo y la ONG Corazón Quemero es una victoria compartida. Un mural pintado por la fundación huracanada mencionada y el Grupo Artístico de Boedo en julio de 2014 grita una realidad: «SOMOS CLÁSICO, NO ENEMIGOS». También, debajo de dos rivales de ambos clubes abrazados, firma en nombre de una verdad: «EL CLÁSICO DE BARRIO MÁS GRANDE DEL MUNDO».
Gonzalo Hernán Minici