#HistoriaQuemera Nacimiento de Guillermo Barbieri
Más de ciento veinte años atrás, el 25 de septiembre de 1894, nacía Guillermo Desiderio Barbieri en el porteño San Cristóbal. Fue un icono de la cultura, una de las mejores cuerdas que el tango supo oír vibrar y, en ocasiones, la inspiración melódica de los representantes huracanados en las previas de los partidos.
Su amor por la guitarra se espejó en la afición de su padre, Tristán Barbieri. A temprana edad conformó un afamado trío que realizaba populares presentaciones en serenatas y bautismos de los barrios de la ciudad. Tuvo, desde 1916, un socio musical llamado Luciano Gardelli y, a partir de 1921, secundó a Carlos Gardel. Juntos viajaron por el mundo desplegando notas musicales y, siendo el guitarrista que más lo acompañó, Guillermo grabó con él 763 temas. A su lado tuvo varias apariciones cinematográficas y otras radiales. Además, fue cantante y un reconocido compositor que, en más de la mitad de sus obras, se dedico a la voz del «Morocho del Abasto».
Padre y abuelo de famosos artistas quemeros, se casó con Rosario Acosta, acérrima y temperamental hincha de Huracán con la que tuvo cinco hijos. Entre ellos, Alfredo, un bastión del humor nacional que descansa en un sector de la Bonavena, ahijado del Zorzal, padre de Carmen y mascota del campeón huracanense de 1928 a la edad de cinco años (elenco al que Gardel y Guillermo homenajearon en «Largue a esa Mujica»). El guitarrista iba a la vieja cancha de madera de Alcorta y Luna de smoking, presenciaba el primer tiempo y partía al Maipo a tocar junto a Carlos. No obstante, prendedor del Globo en saco, antes de varios cotejos se hacía presente con el cantante en los vestuarios locales para deleitar a los jugadores propios. Incluso, los dos fueron testigos del primer gol olímpico de la historia, autoría de Onzari.
La muerte lo inmortalizó hermanado con Carlitos durante el trágico accidente aéreo del 24 de junio de 1935, en Medellín; también, con Ángel Riverol, otro señor del tango de sangre blanca y roja. Hoy, camino al Palacio, una plaza llena de haches gigantes le rinde culto a su memoria: la «Guillermo y Alfredo Barbieri».
Gonzalo Hernán Minici