#HistoriaQuemera Homenaje a Alfredo Barbieri
El humor de La Quema tuvo añada natal: en 1923 y en Buenos Aires, nació con aires buenos (y huracanados) Alfredo Barbieri.
La familia Barbieri es un sinónimo de carisma, arte, fama y Globo. Desde Guillermo, aquel famoso guitarrista de Gardel y personaje ilustre del tango, hasta Carmen, la vedette de la farándula y el espectáculo. En el medio, puente entre abuelo y nieta, se encuentra Alfredo: uno de los actores y humoristas más reconocidos del teatro y la filmografía argentina. Llegó al mundo en tiempos de gloria quemera del vientre de Rosario Acosta, una acérrima y temperamental huracanense. Hijo también de Guillermo, que con el Zorzal ponía la música en el vestuario blanco y rojo, a los cinco años fue la mascota del legendario «Ballet Blanco», el gran campeón de 1928.
Cuando niño, vivió un trauma que lo marcó para siempre: el fallecimiento de su padre y su padrino (Gardel), el funesto 24 de junio de 1935. Tanto lo afectó la pérdida de su papá, que desde entonces se dedicó a imitarlo frente al espejo. Así, bien llegado por mal, cultivó su gesticulación como sello indeleble. Practicaba, sobre todo, la fono-mímica. Lo hacía con una precisión tal que años más tarde le valió ser un precursor del género en Argentina y un baluarte de su golpeada familia.
Creó a su gran personaje, Al Johnson, y con él se transformó en una de las grandes figuras del espectáculo porteño. Formó un destacado dúo con «Don Pelele» y juntos arrasaron con el público y las críticas. Realizaron varias giras y fueron una gran porción del teatro nacional, además de haber sidos convocados a la pantalla grande, ámbito en el que hasta 1966 realizaron una gran cantidad de filmaciones con, también, los hermanos Tono y Gogó Andreu y Amelita Vargas. Luego, en camino separado, Alfredo siguió haciendo cine y televisión hasta sus últimos días. Trabajó con Niní Marshal y compartió marquesina con Zulma Faiad. Contaba chistes en TV y emprendía giras por casinos, teatros y cafés de Centroamérica. Actuó en veintiún películas y grabó su típico vestir: saco blanco con bordes negros, pantalones negros, zapatos blancos y sombrero a tono. Sus colegas lo recuerdan como un actor cómico que tenía tanto sentido del humor como de la amistad; Buenos Aires, lo tiene como un emblema de la calle Corrientes, y Huracán como uno de sus referentes extra-futbolísticos. Sin dudas, fue un hombre querido en todos lados.
Nunca se pudo despegar de su pasión. En una ocasión, contó: «Me habló la compañía del ballet acuático, que actuó en el Luna Park, para ir a trabajar a Canadá y a Nueva York. Pero… Voy a extrañar a Huracán… No creo que acepte». Religiosamente asistía en familia a las «ravioladas» de doña Dominga en casa de los Bonavena, antes de salir todos juntos para el Palacio Ducó. Y adentro, como Ringo (de quien era muy amigo) al ser boxeador tenía el golpe prohibido, Alfredito se peleaba por él.
Un desdichado ataque cardíaco lo frenó el 6 de julio de 1985 en una gira por Puerto Rico. En homenaje a su padre y a él, la «Plaza Guillermo y Alfredo Barbieri» eterniza sus nombres. Su hija Carmen le dedicó un tango que entre líneas dice: «Sos el Obelisco y el mejor tango del Zorzal; sos defensor de la amistad; en la barra de un bar. Sos Patricios, barrio natal; sos un gol de Huracán. Fuiste mi ídolo; lo seguís siendo (…)». Hijo y padre de quemeros, hijo y padre de talentos, fue un icono de la cultura popular argentina, un símbolo del Parque y un referente de Huracán: su mejor risa. Ésta, inolvidable, es un sector de la Tribuna Bonavena.
Gonzalo Hernán Minici