#HistoriaQuemera ¡Feliz cumpleaños, Cristian Espinoza!
«¡Pero que viva el fútbol, Espinoza!» exclamó a pura emoción el relator Rodolfo De Paoli durante la Supercopa Argentina 2014. «El 7 bravo», imparable, irrespetuoso, inolvidable, acababa de apilar tres rivales y entregarle un pase cual caricia a Toranzo, otro motivo de aquella conquista huracanense. Pero la semblanza de este wing comenzó en otro tiempo y espacio: de Alejandro Korn al mundo, Cristian vio sus primeras hojas de otoño el 3 de abril de 1995. A los cuatro años, ya jugaba en Los Andes, y, a los diez, en el baby de Huracán. A los once, en divisiones infantiles. Pronto inferiores y, el 24 de marzo de 2013, equipo mayor. Un escaso «antes» de aquel debut, formando el Sub 17 (sexta división), se consagró campeón del Torneo Latinoamericano de 2012. En el mundialista de Mar del Plata, apellidó el gol inicial de la final. El segundo y definitivo lo marcó uno de sus hermanos futbolísticos, el Kaku Romero Gamarra. Y Waldemar Iglesias, historiador, escritor y periodista quemero, retrató el logro: «es un nacimiento y un abrazo al futuro». No hubo error en la frase.
Omar, su padre fanático del Globo, desempleado y en un momento de seria fragilidad económica para su familia, lo llevaba cincuenta cuadras en bicicleta desde Constitución hasta el Campo de Deportes Jorge Newbery, donde el delantero entrenaba, tras el viaje de una hora en tren. El dinero no alcanzaba para pagar el colectivo… Quizá por eso, ya en vagones de profesionalismo, fama y éxito, se lo podía ver caminando por el barrio como un vecino más del Palacio Ducó, ese precioso recinto de pasión huracanada que lo erigía como senescal del andarivel derecho. Heredero lejano de René, «La Joya de La Quemita», aunque sin reflejar, por imposible, su eterna imagen inimitable, supo hacerle honores a pura gambeta y desenfreno. También, a la historia de Huracán. Un compañero de tamaño ciclópeo lo testimonia: fue el mejor socio de Wanchope Ábila, para quien, durante su primer ciclo en la institución, fue fuente de 18 de sus 53 goles. Ya en los primeros tres, lo dejó en soledad frente al cancerbero. Inolvidable uno agónico para empatar con diez hombres un clásico en el minuto 93 dejando al rival de siempre sin título local. No obstante, su habilitación más valiosa e importante fue a Edson Puch, tras emprender una carrera de 75 metros en el cotejo que abrió este relato. «Se disfrazó por un instante de René… ¡René Houseman!». Aquel juego fue, un pedestal debajo de Marcos Díaz, la segunda gran figura: regates, caños, disparos… Hasta un sombrero de taco.
Claro que no era sólo pases y centros. También era especialmente veloz, hábil y poseía gol: en sus 111 partidos (cumplió el centenar regalándole dos de los cuatro goles locales a su colega Ramón), señaló 14. Pero, sumando sus asistencias, fueron cerca de cuarenta en los que tuvo buena culpa. En el primer roce de la Copa Sudamericana 2015 convirtió tres dianas y facultó a otra. Finalizó líder en asistencias y segundo artillero del Globo, a un gol del primer puesto. Aunque en sus lágrimas desconsoladas cabía únicamente el subcampeonato continental. Por la Libertadores 2016, en otro duelo decisivo, marcó un tanto y le posibilitó a Wanchope uno de sus más espléndidos ante Atlético Nacional, posterior campeón que, con viles artimañas, despojó a Huracán de esa futurible condición en lo que tal vez haya sido una final anticipada en octavos, al menos, desde la sensación. Lo claro es que, en definitiva, Espinoza tuvo rol protagónico en tiempos de alto protagonismo. Bravío, aguerrido, a medida de ese equipo copero, jugó cinco finales con saldo positivo: una, en La Plata, fue un atraco del rival; tres triunfales en Cuyo y otra perdida por penales en noche colombiana. Gritó «¡Huracampeón!» dos veces en cinco meses (la primera, la Copa Argentina 2014), en el medio acometió vuelta a Primera; llevó a Huracán al Top 4 entre los locales y Top 10 de América en el Ranking Mundial de Clubes, lo consagró mejor equipo argentino a nivel internacional en la temporada 15/16 al siguiente semestre. Fue verdugo de uno de los cuadros de River más grandes de la historia. Fue convocado varias veces a la Selección Argentina Sub 20 e, incluso, ganó el Sudamericano de Uruguay 2015, y, aun siendo jugador propio, fue citado a los Juegos Olímpicos 2016. Fue motivo de los 5 000 000 € que entraron a las arcas de Caseros por cláusula de rescisión el 4 de julio de 2016. Y fue su frase de cabecera: «la única batalla que se pierde es aquella que se abandona». Por tantos motivos, nadie debería abandonar ni perder el (también) dulce sabor de su recuerdo.
Gonzalo Hernán Minici