#HistoriaQuemera Aniversario de Guillermo Dannaher
Historia Quemera

#HistoriaQuemera Aniversario de Guillermo Dannaher

El primer día del último mes de 1890, llegó Guillermo Federico Dannaher. Fue un campeón goleador huracanense. También, amigo del fútbol, la trasnoche y los excesos, entre redes rotas, creativas maniobras balompédicas, peleas de bar y mares de alcohol, el epicentro de una extravagante atención; tanto que vivió y murió dos veces.

Durante esa década de cierre del siglo XIX, nació en Bahía Blanca para mudarse cuando muy pequeño a Rosario. Allí, con menos de dos decenios, desde 1909 hizo gala de su arte con balón en pie: era un delantero ambidiestro que cabía en las cinco posiciones de la antigua formación «piramidal invertida», dueña de ese tiempo que lo vestía con indumentaria de Provincial. Llenó de goles la urbe santafesina de los albores del siglo XX, desde su club, la selección rosarina y, desde 1912, al tiempo en el que ya había mudado talento a Tiro Federal (1910-1913), la Selección Argentina, con la que, finalmente, hasta 1915 disputó ocho clásicos ante Uruguay en los que marcó cuatro tantos. Era tanto su fulgor que, en junio de 1912, mientras se encontraba enrolado en Tiro Federal, el padre de Serapio Acosta, arquero de Rosario Central, falleció en la cancha de un síncope por emoción cuando su hijo le atajó un penal. En 1913 pasó a Argentino de Quilmes (1913-1914) y fue el goleador del Campeonato. Prosiguió por Columbian (1915-1916 y 1918-1919), con un amistoso y un gol en Boca (1916) y un año en Atlanta (1917) en el medio. En ese vagón, también, su regreso de la muerte: cuando cumplía para el elenco de Villa Crespo, no abandonaba (como tampoco antes ni después) su condición de asiduo frecuentador de un antro de mala fama de Quilmes. Una noche, larga como sus gritos de gol, tras una cena extremada en comida y regada por alcohol, cayó seco al piso sin signos vitales. Fue tapa de diarios y llanto de miles de fanáticos. En su velatorio, para cesar las lágrimas, luego de varias horas el cadáver del ídolo comenzó a moverse y el «Inglés» se levantó del féretro por sus propios medios. «Catalepsia», selló en nombre de la ciencia el médico que poco antes lo había dado por muerto.

Con tal anecdotario llegó a La Quema en 1920, donde explotaría como nunca: en 1921, Huracán abrazó su primer título de liga de la mano gigante de Dannaher como máximo artillero del Campeonato, el primero de las memorias del Globo. En 18 fechas marcó 24 anotaciones, con una media de cuento, y de 1,33 tantos por cotejo disputado (bienvenido sea el pasmo, otra vez). Apadrinó a Cesáreo Onzari, ídolo sin calendario que daba sus primeros pasos, y fue el enrojecer de palmas huracanadas bajo un manto de gracia totalmente estrambótico: se eternizó corriendo en repetidas ocasiones de diversos partidos con la pelota pegada al ápice de la cabeza o haciendo jueguitos con la misma. Sin nombrar a su hija, fue el padre de una jugada: la hoy mal llamada «foquinha» («foquita» en español y «sealdribble» en inglés), adoptada, con algo cercano a noventa años, por Kerlon Moura Souza, un futbolista brasileño, en 2007. Las crónicas de ese encantador ayer hoy lejano no habían apodado el movimiento; pero en las descripciones se encuentra al creador… Ese de las idas y venidas por las puertas de las tabernas y de la mismísima luz blanca.

En Patricios, asimismo, fue subcampeón de la Copa Ibarguren 1921 y, en suma, totalizó 28 emparejamientos con 30 gritos (más de uno por partida) en competencias correspondientes a 1920, 1921 y 1923. Sus últimos destellos futbolísticos los vivió en Quilmes (1923-1925), y también sus últimos suspiros: joven aún, con treinta y seis años, en aquel bar, ese que nunca podía amagar, discutió ebrio con otro ebrio y encontró la «mala muerte» que adjetivaba al recinto tras una puñalada, en 1927. Esa vez, fue, sino, su retorno al deceso. Y esa vez, fue definitivo… O no: basta con abrir un libro de historia quemera para revivir su vasta obra.

Gonzalo Hernán Minici